Ciudad azul
Despacio. Muy despacio. Caminas por toda la habitación, de un lado para otro, con interés, pero sin curiosidad. Acaricias tus medias al pasar rozando la silla sobre la que reposan, estiradas como pieles viejas de serpiente. No te detienes demasiado ante la ventana, ante la vista de la ciudad, sobre la que ya amanece sin que la neblina nocturna se disipe. En lugar de eso te vuelves y me miras a mi, que yazco hipnotizado en la cama, oyendo sin escuchar el ruido lejano de los coches en la calle.
- Debería irme.
- Deberías.
Tus dedos se demoran rozando el borde de la mesa, los libros amontonados. Con un suspiro estiras tu cuerpo esbelto, marcando las líneas de los músculos de tus pantorrillas, sosteniéndote un instante eterno sobre la punta de tus pies. Te vistes sin prisa y sin verdaderas ganas, haciendo de cada gesto un micromundo de mil matices de tristeza. Yo continúo en la cama, hipnotizado por tus movimientos. Sé que te prometí más que una copa y una cama. Sé que hace tiempo que no cumplo las promesas que te hago. Pero también sé (o pretendo saber) que no puedo cumplirlas. Tú ya has acabado de vestirte. Me miras como si hubieras estado leyendo mis pensamientos. Aunque sea inútil hablar no puedo quedarme callado.
- Lo siento.
- Da igual.
Te levantas de la silla. Puedo ver la frustración en tus ojos. No pienso levantarme.
Ahora el estudio parece más pequeño. Lo recorres en dos pasos, muy deprisa. Apenas oigo una palabra de despedida antes de que salgas de mi campo visual. Lo último que veo de ti son los faldones de tu abrigo, aferrándose al aire de mi habitación. Portazo, pasos y ascensor. Adiós, adiós para siempre, mientras fuera la ciudad amanece, tan azul como siempre, más oscura que nunca.