Crushed like a bug in the ground

jueves, junio 29, 2006

Lo más curioso...

Lo más curioso de todo
es la tremenda naturalidad
con la que hacemos
las cosas más increíbles.

[Y en dos días, vuelta a casa...]

sábado, junio 17, 2006

Mitologías - 03 - Ícaro

Ícaro, sólo una amiga lloró por tí
cuando le hiciste un Kurt Cobain al mundo,
la última que aún quedaba
por darte la espalda
(fue más bien al contrario).

Diez años más tarde, no queda
nadie que aún se acuerde
y ella mira al infinito, mientras
la radio recuerda la efeméride
y su marido y su hijo ya cruzan
la puerta de la casa.

Ícaro, los focos también
queman la piel, como el Sol.
Cuando más creías volar, te hundías
para no despegar, siquiera
con un tiro en la sien izquierda.

Ella apenas llora a estas alturas
cuando escucha las notas que tú,
sin saberlo, le dedicaste
y que ahora flotan por el espacio
de su habitación
hechas jirones.

jueves, junio 15, 2006

Mitologías - 02 - Pigmalión

I

Se despertó temblando, empapado en sudor. La noche había sido calurosa, pero el día amaneció nublado, enfriando el sudor sobre su piel. La luz gris se filtraba por las rendijas de la persiana, empenumbrando el desorden del cuarto. Se levantó, se desnudó y se duchó. Hizo café. El reloj marcaba más de las doce. Toda la mañana perdida. Suspiró y volvió al cuarto, sin afeitarse ni peinarse, todavía con el albornoz puesto. Otro día de trabajo por delante.


II

Lo más duro del trabajo era encajar todas las piezas. Comprar no le importaba, era un trabajo sencillo, sólo tenía que elegir lo que le gustara. El problema era cuando no todo lo que le gustaba encajaba. Entonces tenía que hacer concesiones. A la larga , las concesiones no lo eran tanto, sino un descubrimiento progresivo de lo que en realidad iba buscando, un algoritmo de aproximación para un problema que parecía irresoluble. De ahí las largas horas en el cuarto, ya taller más que otra cosa. De ahí también el descuido del pequeño salón, lleno de polvo de meses. De ahí, por supuesto, las otras dos habitaciones que daban al pasillo, convertidas en almacén y en depósito de los intentos fallidos (que los había). Esa tarde se sentía más cerca que nunca del éxito, mientras colocaba la penúltima pieza de su obra, comprada (como todas) al dueño de alguna antigua galería comercial. La última pieza, en realidad la primera en ser elegida, encajó suavemente en su lugar, sin fisuras de ningún tipo. Al fin había creado su modelo de perfección. El maniquí le miraba sin verle con sus ojos inexpresivos.


III

Esa noche le fue imposible dormir. Primero fue la emoción, mezclada con la icredulidad, de haber terminado su trabajo. Había tardado dos horas en dejar de contemplar su creación, maravillado por su perfecta armonía. Su estado de hipnosis remitió cuando se dio cuenta de todo lo que le quedaba por hacer. A la mañana siguiente tendría que tirar todas las piezas sueltas y los maniquíes incompletos de los otros cuartos a algún contenedor de escombros. En cualquier caso, eso era puro trabajo mecánico. Lo que le atacó cuando al fin se metió en la cama fue el miedo. Había invertido meses de su vida en crear un patrón para la mujer perfecta, su ideal femenino. Hasta el final no se había dado cuenta de que en realidad no encontraría ese patrón en ninguna mujer real. Sudando a mares, se giró en la cama, dándole la espalda al maniquí, asustado de lo que había llegado a significar.

Ya no supo qué creer cuando sintió cómo un cuerpo cálido se introducía entre las sábanas junto al suyo. Se giró y abrazó a la mujer. El soporte del maniquí les contemplaba desde la esquina de la habitación.

miércoles, junio 07, 2006

Mitologías - 01 - Edipo

Después de muchos meses, volví a casa para el funeral de mi padre. El veranillo de San Martín se hacía de rogar y el cielo era de un gris opresivo y húmedo. Mi madre estaba deshecha, yo me sentía incapaz de llorar.

Un taxi nos llevó a casa tras el funeral. Mientras mi madre calentaba algunas sobras del día anterior para cenar, yo me entretuve fisgando en el armario de mi padre. No sé muy bien por qué, me desnudé por completo y me vestí con la ropa de mi padre. Mi madre apareció en ese momento. Me miró sin expresion alguna, sin extrañarse, y murmuró, como si hablara con mi padre, “cariño, la cena ya está lista”.

Nos sentamos a cenar en silencio, casi sin mirarnos. Cuando terminamos de cenar, mi madre puso los platos y los cubiertos en el lavavajillas y dijo: “me voy a la cama”. Yo la seguí a la habitación. Nos desvestimos sentados en la cama, de espaldas el uno al otro. Yo me puse un pijama de mi padre. Miramos sin ver la televisión durante media hora y apagamos la luz. Dormimos sin rozarnos y sin una palabra. A mí me costó una hora entera cerrar los ojos.

A la mañana siguiente hice la maleta con ropa de mi padre y me marché para no volver jamás.

 


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