Obituario
Carta abierta a un viejo bar:
No me atrevo a hablar en nombre de nadie, pero estoy casi seguro de que todo el mundo ha sentido alguna vez que algún lugar, alguna persona, algun pequeño ritual sin importancia o algún acontecimiento más o menos intrascendente marcaba un punto kilométrico en algún momento de su vida. Los acontecimientos, o las primeras iteraciones de los rituales se recuerdan nítidamente, como si marcaran un punto de inflexión claro y definido. Los lugares y las personas, por otra parte dejan un poso más difuso, hasta que se cruza un cierto umbral, que es el que redefine cómo los percibimos. Otras veces ese umbral no llega a cruzarse, pero funciona como una meta hacia la que se avanza o se quiere avanzar y que se traspasa sin que uno se dé cuenta.
Algo así es lo que me ha pasado a mí con el Montecarlo. Cuando he querido pasar revista a todos los años que han pasado desde que entré por primera vez, seguramente con mis padres, después de alguna cena, me he dado cuenta de cómo ha cambiado mi perspectiva en este tiempo. Siempre he asociado el Montecarlo con las cenas a las que iba con mis padres y cualquier grupo de amigos suyos, a conversaciones entre adultos (y con el tiempo, cada vez más, con adultos). Recuerdo estar allí con todo tipo de gente, clientes habituales o no, y siempre estar a gusto, generalmente absorto en alguna conversación que me fascinaba, puede que totalmente ajena a la esfera habitual de mi pensamiento. Aunque haya frecuentado mucho menos el Montecarlo desde hace años, aunque ya no pase en León tanto tiempo como antes, aunque ya ni siquiera viva en el barrio (en el viejo barrio), esos recuerdos siempre han estado ahí, igual que Eusebio ha seguido estando detrás de la barra, como si nunca fuera a irse de allí.
Por supuesto, nada dura para siempre. Ahora que no me queda más remedio que asumir que esto se acaba, me doy cuenta de que la meta hacía la que ya había olvidado que avanzaba está justo delante de mí, o quizás ya se está quedando atrás. En los últimos años he hecho muchas de las cosas que hacían mis padres y que yo asociaba al Montecarlo. He cenado con amigos recientes y antiguos, he estado hasta las seis de la mañana hablando de Dios sabe qué, me he hecho habitual de otros bares, pero sobre todo me he ido haciendo adulto (aún estoy en ello). Con todo, por mucho que ahora haga las cosas que antes veía como desde fuera, el Montecarlo tendrá siempre para mí ese halo, como de Rick's Café a la leonesa que tiene en mis mejores recuerdos. Por eso y por todos los buenos momentos, para mí no hay ni habrá otro Montecarlo.
[Éste sábado, 28 de Octubre de 2006, cierra definitivamente el bar Montecarlo, lo mejor de León sin pensarlo, local mítico de León capital.]