II
Cada vez que S termina una cajetilla de rubio americano, gira noventa grados el plástico que la envuelve y dobla los extremos unos sobre otros, calentándolos con el mechero para que queden pegados. Lo hace tres veces, todas las que le es posible.
Cada vez que N aliña una ensalada, echa un poco de sal por encima de su hombro izquierdo. No cree que eso le dé buena suerte, ni que dejar de hacerlo le vaya a hacer desgraciado. Aún así, cumple escrupulosamente con el ritual en cada ocasión.
En otro orden de cosas, cada vez que al padre de S le cuesta dormir, se levanta de la cama y relee algún relato de Cortázar. Preferiblemente uno corto. Cuando S era pequeña, a veces se levantaba a espiar este pequeño ritual, fascinada por las propiedades relajantes de lo que ella consideraba un misterioso grimorio que su padre leía siempre a escondidas de su madre. Curiosamente, ella también lee para dormir, pero Borges le resulta más relajante.