Iconoclastia
Hace días que un nihilista se ha mudado a mi corazón y no quiere salir. Se ha instalado en un ventrículo y desde allí me susurra su odio por todos los grupos humanos, incluidos aquellos a los que soy susceptible de pertenecer.
Todo empezó con el clásico nihilismo de sábado noche, cuando las dos o tres cervezas ya se han bajado y no te vas a casa por no volver solo y por si todavía hay un hueco para tí en otra cama. La diferencia es que esta vez el nihilismo no se ha ido y cada vez que salgo a la calle me paso todo el tiempo odiando a todo estereotipo y no tan estereotipo que me cruzo. Cada vez que me miro al espejo y soy capaz de catalogarme, el nihilista me grita desde su refugio hasta que enrojezco de vergüenza. Sólo hay una solución: destruir los tópicos y derribar todos los mitos. Eso o sacar al nihilista. El problema es que le he cogido cariño.
P.D.: Esta tarde he vuelto a ver a la chica de rayas. El nihilista y yo hemos estado de acuerdo: ha perdido casi todo su encanto. Me hago viejo, o quizás sólo mayor. No sé qué me asusta más.